Todo México vivía diferente aquel sábado, nada parecía ser lo mismo. Toda persona que tuviera una rutina la dejaba de lado para dar paso a un hecho sin precedentes. El sábado sería un día distinto en todo el país. Un día que muchas personas habían pedido a gritos y que por fin había causado eco en los oídos de los mexicanos. Desde el inicio del día se podía ver un semblante diferente en los rostros de los mexicanos, un hecho importante estaba por ocurrir.
El sábado tenía tintes blancos por todas partes, y era el color que todo mundo portaba. Mientras el día transcurría, los mexicanos se preparaban para marchar en contra de la violencia y la impunidad. La situación que vive el país es lamentable y triste, para lo que la gente busca soluciones inmediatas. El país vive en inseguridad continuamente y lo que pide la gente es terminar con esto, quieren un México donde se pueda vivir en paz; sin el temor a tener que vivir encerrado.
La tarde llegó y las calles se comenzaron a teñir de blanco. Se podían ver rostros antes nunca vistos. Estos estaban llenos de ilusión, esperanza y deseo por un cambio dentro del país. El sentir general era positivo y se podía percibir. Desde temprano la gente se había alistado para este momento. Quienes asistieron al lugar de reunión confiaban con que algo estaría por cambiar. México estaba por hacer historia, los mexicanos queríamos demostrar que existe unión entre la gente.
Se alistan las tropas
La cita para todos era a las 19:00 horas, sin embargo la gente comenzó a llegar desde temprano. Nadie quería perderse ese momento, por lo que la impuntualidad del mexicano quedó de lado. La cita fue en el estacionamiento de la Mega Comercial de la Selva, de donde comenzaría esta caminata. Un poco más de 10,000 personas vestidas de blanco se reunieron con un solo fin, expresar la inconformidad que existe en torno a la justicia. A las 19:20 horas se dio luz verde, la gente por fin comenzó a avanzar.
El trayecto a seguir no desanimó a nadie. No importó el sexo, edad o clase social, todos unidos como uno solo. Incluso las bandas negras de agua, que estaban a espaldas de todos, no hicieron mella en el ánimo de la gente. De frente se podía ver un cielo abierto, sin nube alguna, señal de un futuro alentador. Los mexicanos avanzaba a ritmo semi lento pero con paso continuo. No darían marcha atrás, no esta vez.
Entre la gente se podía percibir cierto aire de familiaridad, no importando que el de a lado fuese un extraño. Era evidente lo que la gente exigía: “No más impunidad”, “¡Queremos que se haga justicia!”, “Queremos un México seguro”. Estas eran solamente algunas de las demandas que la gente hacía. A lo largo del trayecto continuaron los gritos de las personas, que por momentos llegaba a ser una sola demanda.
Al calor de las velas
El mexicano marchó con su veladora, como fue solicitado. Ésta cargaba con la luz de esperanza que no se acaba. Aquellas pequeñas flamas encendidas que fueron cargadas a lo largo de la marcha daban ánimo al marchante. El calor de las velas se sentía muy dentro del cuerpo, alumbraba hasta al más desanimado de los mexicanos, a creer en la unión.
Se me venía a la mente el: “¡Sí se puede, sí se puede!”, de los miles de aficionados mexicanos en el Mundial de fútbol de Francia 1998, y al ver a las miles de personas desfilar creía en el espíritu mexicano. Al caer la noche las velas guiaban el caminar y daban aliento a quienes venían atrás a seguir su camino. El espíritu era tan grande que incluso se regalaron veladoras para que no faltara ninguna llama por encender.
Las llamas de las velas representaban la fe y el rayo de luz que nunca debe evaporarse. El mexicano debe estar unido, como ese sábado, siempre. Se debe mantener pie a pie con su conciudadano, al pie del cañón y siempre dando tregua. Juan Carlos, conductor de televisión agregaba: “Es importante que los mexicanos nos unamos en situaciones como ésta y en cualquiera que sea en beneficio del país”.
Un solo canto
Minutos después, la marcha continuaba fuerte. No hubo quien se quedara atrás. Desde el inicio la denuncia era clara. La voz del mexicano se volvería una sola y se oiría fuerte en todo el país. No habría quien no pudiese escuchar lo que estaba a punto de ser entonado. Al llegar frente al Congreso de la Unión aumentaba el griterío. Se veía en los rostros las ansias por entonar el Himno Nacional Mexicano, quedaba poco tramo por recorrer.
Faltaban pocos minutos para un canto único, el cual estaría en la historia del país. No falto quien no marchó como los demás, pero desde su balcón, en espíritu estaba ahí. Por fin el trayecto llegó a su destino. La gente colmó la Plaza de las Armas y el Zócalo de la ciudad, pero siempre con lugar para quien quisiera sumarse a la causa. Y de la nada, se comenzó a escuchar el Himno. Poco a poco fue aumentando el volumen. Esa frase tan bella: “Mexicanos al grito de guerra”, obtuvo mayor significado. Una guerra que busca poner fin a la injusticia y la inseguridad.
Se escuchaba a una señora gritar: “¡Vamos mexicanos, que nuestras voces se escuchen como nunca!” Y así fue, el pueblo mexicano cantó a todo pulmón. Se demostró que no solamente en eventos especiales el mexicano está unido. El sábado 30 de agosto, el Himno Nacional Mexicano erizó los vellos del cuerpo; tal y como lo hace un gol mexicano en una justa mundialista. Pero la emoción no terminó ahí, debido a que después vino el clásico: “¡México! ¡México!”, el cual se entonó con mayor fuerza que nunca, e hizo que cada persona que se encontraba en el lugar de reunión, se sintiera más mexicano que nunca.
21 de octubre de 2008
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